Cae la noche y aparece la luna que con su luz
ilumina la llanura. Es tiempo de prender las velas de las casas y de que los
niños estén en sus camas y al cuidado de sus niñeras, para que los mayores puedan ir a la jarana del
pueblo.
Al final de la calle, llegando al río Insomnia, se
visualiza el puente que conecta con el
camino. Los pescadores del pueblo suelen ir los días de luna llena, cuando los
peces bajan por la corriente, a hacerse un festín.
Esa noche los recurrentes se hallaban distraídos
con mujeres y alcohol y sólo la figura de un hombre taciturno y huraño, cuyos ánimos
de fiesta habían desaparecido hace tiempo, se vislumbraba a la luz de la luna. Su
mirada se encontraba perdida en el agua sosteniendo la caña de pescar en espera
de los peces que parecían haber olvidado su cita.
Parecía ayer cuando la misma luna lo había acompañado
en una gran aventura: un pez había arrastrado su caña, perdiendo él el control,
yendo a parar de bruces al lecho del río. Sintió que estuvo horas debajo del
agua hasta que alcanzó nuevamente la superficie. Nadó hasta la orilla y cuando
recuperó el aire sus ojos no podían creer lo que veían. Una enorme ciudad se
alzaba majestuosa donde hace unos instantes no había otra cosa que pastizales.
Se tocó varias veces pellizcándose para
asegurarse que no era una alucinación producto del ahogamiento. Una vez
estabilizado se encamino hacia esa aparición para descubrir de qué se trataba.
Nacido y criado en el campo nunca había visto
los grandes edificios de las ciudades y las calles adoquinadas bañadas en
merodeadores nocturnos.
Apabullado y aturdido empezó a caminar sin
rumbo en busca de respuestas.
Entonces era cierto.
Lo que le contaban de pequeño sobre la ciudad
al otro lado del rió y que él tomaba como cuentos de niños, existía.
Se acercó a un anciano sentado en el cordón de
la vereda, pero éste no parecía escucharlo, supuso que estaba sordo y decidió
intentar con un muchacho que fumaba pipa apoyado en el farol de la esquina. El
joven mantenía la mirada perdida y tampoco dio señales de notar su presencia.
Decidió tomarlo del brazo para llamar su atención pero eso tampoco lo afectó.
Mientras trataba de entender porqué pasaba
desapercibido, una joven mujer atrajo su mirada. Era sorprendentemente parecida
a la niña con la que aquella tarde habían pasado sus horas jugando en la orilla del río. Cuando él le preguntó de dónde era, ella respondió que da la ciudad, él
riéndose y tomándolo como parte de su juego decidió ignorarla. Sin embargo
aquella noche la vio correr por el puente desapareciendo en la oscuridad sin
dejar rastro.
Mucho tiempo había pasado preguntándose que había
sido de aquella joven, y ahora todo encajaba, aunque todavía no pudiese
creerlo.
Trato nuevamente en vano de lograr contactarse
con la muchacha, luego de varios intentos, desesperado e impotente comenzó a
correr por las calles en dirección al río. Una vez allí trepó al puente y se
detuvo en el medio contemplando las aguas, echó un último vistazo a la ciudad y
se zambulló.
Nunca pudo contarle a nadie de su paseo
nocturno, ni tampoco nunca pudo volver a la ciudad misteriosa, pero aquella
noche decidió intentarlo una última vez.
Se quitó los zapatos, dejó a un lado la caña
de pescar y creyendo o queriendo ver luces en el fondo del agua, saltó.
Delfina: la idea es muy buena y podría resultar en un cuento excelente si le dedicaras un poco más de trabajo, porque algunas incoherencias en el contenido y en la expresión la deslucen y debilitan.
ResponderEliminarMuy difícil ver dónde están los que beben para ver al hombre taciturno. ¿Recurrentes?: incomprensible. ¿Niña o muchacha? No se entiende cómo y cuánto tiempo transcurre entre el encuentro en el pueblo, el reencuentro en la ciudad y la última zambullida. ¿Qué significa que nunca pudo volver?
Rever tiempos verbales, puntuación, construcción de párrafos y de algunas oraciones.
Nota: 7