jueves, 14 de mayo de 2015

El Pescador de Sueños - Alejandra Figoli


Seis de la mañana indicaba el gran reloj en la pared. Yo, un pescador  de sueños, irónicamente no podía dormir, me tenía desvelado un nuevo mundo que había encontrado por casualidad.
Anteriormente, pasaba mis días de casa en casa buscando sueños, deseos o momentos de alegría, de ellos me alimentaba, por ellos yo seguía con vida, pero para mí, esas vidas monótonas y rutinarias no eran más que una laguna, un estanque en el que permanecía atorado sin conocer nada mejor. En la vida de esas personas no había ni aventura ni emoción, ni pasión ni sueños, solo trabajo, estudio y estrés.
Estaba harto de guardar recuerdos que no eran míos, de apropiarme de momentos que no había experimentado, de desear que ellos vivieran mas sus vidas para yo poder disfrutarlas.
Hace unos días que todo eso cambio. Encontré sin estar buscando, un océano. Pasaba mis noches enteras pescando en él; en mares de palabras con olas llenas de experiencias que me golpeaban con fuerza y yo me empapaba en ellas, no podía detenerme hasta el alba, cuando agotado volvía a mi rincón y reposaba.
Había tenido varios hogares durante toda mi eternidad, cuevas húmedas, nubes suaves, puentes melancólicos. En este último me encontraba cuando tuve que cambiar mi residencia. Una joven, a paso lento y sin más esperanza en su rostro, se había lanzado desde allí y donde una tragedia sucede no puede haber sueños, deseos o momentos de alegría. Fui a parar a un pequeño edificio, lleno de unos raros estuches de cuero, de cartón o incluso de plástico que albergaban papeles dentro, y en ellos había palabras, muchas palabras, que conformaban una historia, un pequeño río en el que me podía zambullir, y todos esos estuches juntos iban como ríos paralelos que desembocaban en el océano en el que me pasaba noches y noches  pescando como un loco. Parece que contradigo lo que en un comienzo narraba, pero no: todas esas historias no las había vivido yo, es cierto, pero eran parte de mí, me hacían sentir que formaba parte de la historia, que allí es donde por fin pertenecía.
Los días pasaban y cada vez los libros eran menos, el mundo que había creado a mí alrededor se desmoronaba y no podía hacer nada para evitarlo. Sin nada que ocupara mi interés veía desde mi rincón como los hombres entraban sacaban un estuche y se lo llevaban, días después lo devolvían. Pero algo llamó mi atención. Algunas personas dejaban estuches que no pertenecían aquí. Eso significaba tal vez… ¿Qué había más estuches que descubrir? ¿Dónde los fabricaban?

Me decidí por fin  dejar el edificio en busca de nuevas historias.  Muchas veces encontraba que mis pequeños ríos se repetían, lo cual me decepcionaba, pero no los rechazaba, volvía a navegar en ellos porque una vez que volvía a posar mis manos en ellos la magia volvía a surgir y nuevamente formaba parte de una historia, la corriente ya no era tan fuerte como antes, pero al final siempre terminaba siendo un gran viaje. En mi eterna búsqueda encontré nuevos estuches, pero siempre llegaban a su fin, y nunca parecían ser suficientes. Me sentía nuevamente como un intruso, y pensé en aquella mujer que perturbó mi antiguo hogar. Capaz ella también se sentía una intrusa en esta vida, capaz mientras yo vivía de sueños, deseos y momentos de alegría ajenos ella no tenía ninguno. 

1 comentario:

  1. Alejandra: en tu relato hay pasajes conmovedores y sensibles e imágenes bellas como vehículo de una idea que no resulta fácil de asir pero que estremece a pesar de ser tan evasiva.
    ¡Muy buen trabajo!
    Rever uso de algunas preposiciones.
    Nota: 9

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