Revisando entre mis cosas me topé con aquella foto, aquel único
recuerdo que tengo de ella. De tan sólo mirarla me hace recordar ese día
soleado de abril que horas más tarde se convirtió en gris.
Me encuentro aquí, después de diez años detrás
de las rejas, para contar verdaderamente lo que ocurrió aquella tarde. Pues no
sé qué será de mi vida más adelante, si saldré de aquí, si saldré con vida.
Eran las cinco de la tarde del primero de
abril de 1993, estaba en París, la ciudad del amor, donde sin quererlo
encontraría el mismo. Me encontraba caminando por los Champs- Elysées, aquella
avenida infinita, llena de negocios, restaurants, bares y coronada por el Arco
del Triunfo.
Luego de una hora de caminata, decidí hacer
una parada en un café del cual me acuerdo perfectamente el nombre: “Ambassade”.
Entre a aquel pequeño local, contaba con unas pocas mesas, uno o dos cuadros
colgados en las paredes revestidas por un horrible papel tapiz amarillo, un
equipo de música que ni siquiera funcionaba y una tele que para colmo estaba
desenchufada.
Llamé al mozo, pedí un cappuccino con dos
croissants, pagué la cuenta, pero antes de retirarme la vi. Saliendo por la puerta
muy felizmente con un holgado vestido rosa de seda y su larga cabellera castaña,
estaba dejando el lugar. Me tomé el atrevimiento de sacarle una fotografía con
la nueva cámara que había adquirido hace tres días, y con la mínima esperanza
de poder hablarle, me animé a seguirla.
Caminé por veinte minutos detrás de ella hasta
que se detuvo en el parque principal. Apoyó sus cosas sobre el limpio y húmedo
césped, estiró una manta color naranja y cuando levantó la mirada me observó.
Comenzó a sonreírse y me hizo gestos para que me acercara, sospeché que había
notado que la estaba escoltando.
Lenta y tímidamente, de a
pequeños pasos, empecé a aproximarme. En el momento que la enfrenté, la miré a
los ojos y sin poder resistirme la besé. Luego, recostados sobre su frazada
anaranjada, entablamos una breve conversación y, al cabo de un par de minutos,
nos dormitamos.
Cuando me desperté, ella ya no estaba allí. Agarré
mis pertenencias y dolido decidí marcharme. Pero en ese interín, llegó la
policía gritando allí está el asesino mientras me señalaban. No entendía qué
estaba sucediendo, motivo por el cual me quede paralizado sin hacer nada hasta
que el comisario me arrestó y me subió a un patrullero.
En el tramo que había entre el parque y la
comisaría me contaron lo sucedido, que una muchacha de cabello castaño había
sido encontrada muerta detrás de un árbol y que sólo había una persona aparte
de la fallecida en aquel sitio, yo.
Al llegar a la jefatura de policía me declaré
culpable, pues sentía que sin ella, sin
aquella mujer que apenas había conocido y que ni siquiera sabía su
nombre, mi vida no tenía sentido. Me había enamorado por completo, un amor a
primera vista.
Me condenaron a treinta años de prisión, y
como todavía me falta cumplir más de la mitad de mi pena y hay grandes posibilidades
de que muera, escribo este documento para confesarme inocente.
Iara: Elaborás un buen texto pues discurre con claridad y logra interesar al lector desde el inicio; sin embargo, resulta un tanto inverosímil : los hechos se suceden con demasiada facilidad para el protagonista que aborda a la muchacha y sin más la besa y se duerme a su lado(¿debe esto leerse como indicio de algo más?); no resulta creíble que se inculpe de un asesinato que no cometió, por más que "Me había enamorado por completo, un amor a primera vista". Si cuando despierta está solo, ¿dónde está el cadáver? ¿Por qué lo acusan sin pruebas, sin arma, sin cuerpo..?¿Por qué le creerían después de quince años? ¿Cuál es la necesidad de confesar su inocencia? ¿Cómo tiene una foto de ella?
ResponderEliminarRever uso de algunos conectores y tantos sobreentendidos que le quitan coherencia al relato.
Nota: 7