miércoles, 13 de mayo de 2015

La Inocencia Encarcelada- Iara Morgenstein.

Revisando entre mis cosas me topé con aquella foto, aquel único recuerdo que tengo de ella. De tan sólo mirarla me hace recordar ese día soleado de abril que horas más tarde se convirtió en gris.
  Me encuentro aquí, después de diez años detrás de las rejas, para contar verdaderamente lo que ocurrió aquella tarde. Pues no sé qué será de mi vida más adelante, si saldré de aquí, si saldré con vida.
  Eran las cinco de la tarde del primero de abril de 1993, estaba en París, la ciudad del amor, donde sin quererlo encontraría el mismo. Me encontraba caminando por los Champs- Elysées, aquella avenida infinita, llena de negocios, restaurants, bares y coronada por el Arco del Triunfo.
  Luego de una hora de caminata, decidí hacer una parada en un café del cual me acuerdo perfectamente el nombre: “Ambassade”. Entre a aquel pequeño local, contaba con unas pocas mesas, uno o dos cuadros colgados en las paredes revestidas por un horrible papel tapiz amarillo, un equipo de música que ni siquiera funcionaba y una tele que para colmo estaba desenchufada.
  Llamé al mozo, pedí un cappuccino con dos croissants, pagué la cuenta, pero antes de retirarme la vi. Saliendo por la puerta muy felizmente con un holgado vestido rosa de seda y su larga cabellera castaña, estaba dejando el lugar. Me tomé el atrevimiento de sacarle una fotografía con la nueva cámara que había adquirido hace tres días, y con la mínima esperanza de poder hablarle, me animé a seguirla.
  Caminé por veinte minutos detrás de ella hasta que se detuvo en el parque principal. Apoyó sus cosas sobre el limpio y húmedo césped, estiró una manta color naranja y cuando levantó la mirada me observó. Comenzó a sonreírse y me hizo gestos para que me acercara, sospeché que había notado que la estaba escoltando.
 Lenta y tímidamente, de a pequeños pasos, empecé a aproximarme. En el momento que la enfrenté, la miré a los ojos y sin poder resistirme la besé. Luego, recostados sobre su frazada anaranjada, entablamos una breve conversación y, al cabo de un par de minutos, nos dormitamos.
  Cuando me desperté, ella ya no estaba allí. Agarré mis pertenencias y dolido decidí marcharme. Pero en ese interín, llegó la policía gritando allí está el asesino mientras me señalaban. No entendía qué estaba sucediendo, motivo por el cual me quede paralizado sin hacer nada hasta que el comisario me arrestó y me subió a un patrullero.
  En el tramo que había entre el parque y la comisaría me contaron lo sucedido, que una muchacha de cabello castaño había sido encontrada muerta detrás de un árbol y que sólo había una persona aparte de la fallecida en aquel sitio, yo.
  Al llegar a la jefatura de policía me declaré culpable, pues sentía que sin ella, sin  aquella mujer que apenas había conocido y que ni siquiera sabía su nombre, mi vida no tenía sentido. Me había enamorado por completo, un amor a primera vista.
  Me condenaron a treinta años de prisión, y como todavía me falta cumplir más de la mitad de mi pena y hay grandes posibilidades de que muera, escribo este documento para confesarme inocente.


1 comentario:

  1. Iara: Elaborás un buen texto pues discurre con claridad y logra interesar al lector desde el inicio; sin embargo, resulta un tanto inverosímil : los hechos se suceden con demasiada facilidad para el protagonista que aborda a la muchacha y sin más la besa y se duerme a su lado(¿debe esto leerse como indicio de algo más?); no resulta creíble que se inculpe de un asesinato que no cometió, por más que "Me había enamorado por completo, un amor a primera vista". Si cuando despierta está solo, ¿dónde está el cadáver? ¿Por qué lo acusan sin pruebas, sin arma, sin cuerpo..?¿Por qué le creerían después de quince años? ¿Cuál es la necesidad de confesar su inocencia? ¿Cómo tiene una foto de ella?
    Rever uso de algunos conectores y tantos sobreentendidos que le quitan coherencia al relato.
    Nota: 7

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