Ella estaba fría, completamente helada. La
expresión que yacía de su rostro daba una tenue impresión de paz y tranquilidad
extrema. Pero a su vez podía notarse nítidamente un cansancio acumulado, que
sin tener noción de nada, tranquilamente cualquier individuo puede percibir,
deducir, que tiempo atrás ese cansancio es el resultado de mucha lucha y sufrimiento.
Puede sonar contrariada mi descripción, como también lo era lo que sentía mi
alma y lo que pasaba por mi cabeza. Sentía y pensaba una profunda sensación de
alegría con una mezcla de alivio, tanto por mí como por ella, era algo mutuo,
aunque parezca una absurda locura. Y al mismo tiempo la tristeza que recorría
cada una de mis venas, mis arterias y mis capilares, era algo inexplicable. La sensación
de falta, de vacío que no podía llenarse con nada ni nadie y que siquiera el
tiempo podría llegar a curarlo y yo sabía de antemano perfectamente que eso iba
a suceder. Hoy se cumplen dos años de su
ausencia y lo anteriormente descripto lo sigo sintiendo con exactitud como lo mencioné.
Es el día de hoy, que recuerdo a la perfección su rostro en el cajón y mi
cabeza hace un salto en retroceso desde ese momento hacia la noche que estábamos
en un bar del histórico barrio de La Boca saboreando una cerveza negra. Su
sabor, tan característico tampoco puedo olvidármelo; Caigo en ese encuentro,
cuando nos estábamos besando y ella me sonreía peculiarmente, segundos después,
todo se nubló, su sonrisa se borró por completo de su boca maquillada, comenzó a
llorar desconsoladamente y me mencionó que le diagnosticaron esa misma mañana esclerosis
múltiple. Luego de ese hecho, lo sucedido, ya no está en mi mente, por suerte.
Claro que el inconsciente es sumamente inteligente y me ayudó muchísimo, ya que
pude llegar a controlarlo positivamente y correctamente, luego de un arduo
trabajo conmigo mismo y con mi apreciada psicoanalista. Yo me analizaba con
Mariana desde antes de la muerte de mi novia. Por supuesto que fue una pieza
fundamental en el primer tramo de la etapa de mi duelo, no solo desde el lado
profesional, que hasta podría decir que siento admiración hacia ella por la
seriedad y la pasión con la que se toma su labor; sino que también logre formar
un vínculo agradable, particular que sin dejar de lado la situación llegue a
sentir cariño y yo creo que eso es lo que le da eficacia al tratamiento. Había
una afinidad muy evidente, que formaba una atmosfera con olor a extrema confianza
el uno hacia el otro y gracias a ello pude salir adelante, paulatinamente por
supuesto. Definitivamente, pieza indispensable, sino no estaría aquí, contando
esto, puedo asegurárselos.
Voy a retroceder el tiempo hasta mayo del año dos mil trece, con exactitud al siete de mayo. Mi novia, Mercedes, ya muy deteriorada por la enfermedad, vino a mi casa por última vez, con una tableta de chocolate con naranja (un manjar por cierto), mientras merendábamos, me comentó que en dos días iban a internarla por que la enfermedad estaba avanzando rápidamente y le había atacado un pulmón. Ella sufría de asma y debía estar es constante observación porque podría traer severas complicaciones.
Así fue, el día 9 a la mañana la lleve con mi auto, junto a su madre, Susana y su hermano menor, Ignacio, hasta el instituto LANARI, donde iba a vivir durante mucho tiempo, todos sabíamos esa parte de la historia.
Tres meses después, comenzaron a acercarse muchos médicos de cuidados paliativos, principalmente me hablaban a mí, ya que me quedaba a dormir con ella todas las noches, especialmente las últimas semanas. Su madre estaba muy cansada y su hermano también. Iban a primera hora de la mañana y durante el tiempo que permanecían en el hospital, no se separaban de Mercedes, no paraban de hacerla reír y darle mucho amor. Estaban muy concientes de su crítica situación actual, los médicos eran muy sinceros, nosotros se lo pedimos específicamente y agradecemos inmensamente que hayan sido tan carnales. Particularmente me ayudo a asimilar mejor cada una de las etapas de su internación.
El veintitrés de agosto al mediodía sufrió un ataque cardiopulmonar y estaba muy dolorida, tenía paralizada la lengua y un brazo. Le dieron una importante dosis de morfina y luego de eso la energía en la habitación se puso rara, densa. El último médico que ingresó para cambiarle el suero a las nueve de la noche me miró con ojos tristes, cerró los ojos suavemente, agachó la cabeza y se retiró. En ese momento me levanté, le di un beso en la frente y me quede observándola durante una hora. Cumplida esa hora comenzó a dar bocanadas, le di mi mano, la apretó fuertemente y dejó de respirar instantáneamente.
Al día siguiente, el veinticuatro de agosto, a las nueve y media de la mañana, nuestra hora favorita del día me senté con un cuaderno y una lapicera retráctil que me había regalado ella, en la circunferencia que trazaba la sombra de la copa de un sauce llorón, su árbol preferido, empuñé la lapicera, la mano me tembló, en ese instante pensé: ¿Qué escribir? ¿Para qué escribir?. Me di cuenta que comencé a extrañarla mucho, no solo porque los últimos tiempos ya no era ella, sino que por el simple hecho de saber perfectamente que nunca más en mi vida iba a podes verla, abrazarla, acariciarla. Lloré. Lloré durante incansables veintitrés minutos, tiempo real, hermosos veintitrés minutos. Tomé la lapicera nuevamente, con un poco de agresión, había caído suavemente en el pasto durante el llanto y escribí una frase que pasó fugazmente por mi cabeza: El que no llora no ama. Y de nuevo… Lloré.
Voy a retroceder el tiempo hasta mayo del año dos mil trece, con exactitud al siete de mayo. Mi novia, Mercedes, ya muy deteriorada por la enfermedad, vino a mi casa por última vez, con una tableta de chocolate con naranja (un manjar por cierto), mientras merendábamos, me comentó que en dos días iban a internarla por que la enfermedad estaba avanzando rápidamente y le había atacado un pulmón. Ella sufría de asma y debía estar es constante observación porque podría traer severas complicaciones.
Así fue, el día 9 a la mañana la lleve con mi auto, junto a su madre, Susana y su hermano menor, Ignacio, hasta el instituto LANARI, donde iba a vivir durante mucho tiempo, todos sabíamos esa parte de la historia.
Tres meses después, comenzaron a acercarse muchos médicos de cuidados paliativos, principalmente me hablaban a mí, ya que me quedaba a dormir con ella todas las noches, especialmente las últimas semanas. Su madre estaba muy cansada y su hermano también. Iban a primera hora de la mañana y durante el tiempo que permanecían en el hospital, no se separaban de Mercedes, no paraban de hacerla reír y darle mucho amor. Estaban muy concientes de su crítica situación actual, los médicos eran muy sinceros, nosotros se lo pedimos específicamente y agradecemos inmensamente que hayan sido tan carnales. Particularmente me ayudo a asimilar mejor cada una de las etapas de su internación.
El veintitrés de agosto al mediodía sufrió un ataque cardiopulmonar y estaba muy dolorida, tenía paralizada la lengua y un brazo. Le dieron una importante dosis de morfina y luego de eso la energía en la habitación se puso rara, densa. El último médico que ingresó para cambiarle el suero a las nueve de la noche me miró con ojos tristes, cerró los ojos suavemente, agachó la cabeza y se retiró. En ese momento me levanté, le di un beso en la frente y me quede observándola durante una hora. Cumplida esa hora comenzó a dar bocanadas, le di mi mano, la apretó fuertemente y dejó de respirar instantáneamente.
Al día siguiente, el veinticuatro de agosto, a las nueve y media de la mañana, nuestra hora favorita del día me senté con un cuaderno y una lapicera retráctil que me había regalado ella, en la circunferencia que trazaba la sombra de la copa de un sauce llorón, su árbol preferido, empuñé la lapicera, la mano me tembló, en ese instante pensé: ¿Qué escribir? ¿Para qué escribir?. Me di cuenta que comencé a extrañarla mucho, no solo porque los últimos tiempos ya no era ella, sino que por el simple hecho de saber perfectamente que nunca más en mi vida iba a podes verla, abrazarla, acariciarla. Lloré. Lloré durante incansables veintitrés minutos, tiempo real, hermosos veintitrés minutos. Tomé la lapicera nuevamente, con un poco de agresión, había caído suavemente en el pasto durante el llanto y escribí una frase que pasó fugazmente por mi cabeza: El que no llora no ama. Y de nuevo… Lloré.
Amparo: si bien lográs contar una anécdota difícil que discurre con fluidez y claridad, no alcanza a producir en la lectura la sensación de que estamos ante un cuento sino que parece un testimonio real. ¿Cómo interviene tu imaginación en la elaboración de esta historia? ¿Cuál es la transformación de la realidad que te propusiste al escribirla? ¿Qué artificios acentúan el carácter ficcional?
ResponderEliminarDesde el comienzo sabemos el desenlace, entonces, ¿qué le proponés al lector?
Pasajes conmovedores.
Rever puntuación y construcción de párrafos.
Nota: 7